
Últimamente se nota un auge de innovación en soluciones de crédito empresarial, en particular de capital de trabajo. Tanto de fintechs como en instituciones tradicionales. En Estados Unidos y Europa, pero también en América Latina, y con énfasis en México, lo que es una excelente noticia por el endémico problema de accesibilidad al financiamiento.
Sin embargo, aunque impresiona la diversidad de rutas por las que fluye el dinamismo emprendedor en materia de crédito, quiero insistir en lo que está acotando su evolución.
El meollo de los recurrentes apuros de liquidez y de las restricciones de financiamiento en las empresas, sobre todo en negocios B2B, no reside, en el fondo, en factores externos. No está en las limitaciones del mercado crediticio ni en los largos plazos de pago de clientes y de las cadenas de suministro, así sean de 90, 180 o más días. La causa-raíz fundamental está en su cancha.
En un manejo deficiente o sub-óptimo de las funciones de crédito y cobranza, y en particular de la segunda, caracterizado por la improvisación y la imprevisibilidad. El resultado es, valga la redundancia, la falta de control efectivo del flujo de efectivo. No sólo en pymes, sino también en no pocas grandes empresas.
Reinventando el crédito
Dos noticias de estos días que reflejan el empuje en el desarrollo de nuevos modelos de crédito. De fintechs mexicanas que lograron captar más fondeo para sus planteamientos.
Por un lado, R2, abordando el gran potencial del embedded finance: que mediante APIs, todo tipo de plataformas y aplicaciones puedan integrar servicios y productos financieros. Como los préstamos que esta startup hace, como un “banco invisible”, a participantes en redes de economía colaborativa como la de Rappi, por ejemplo, a restaurantes.
Por otro, Fairplay, enfocada en soluciones de capital de trabajo para pymes del sector comercio, ofreciendo financiamiento flexible, con un modelo de suscripción y pago que considera factores como el historial, la proyección y el ritmo de ventas.
En cuanto al factoraje y el crédito a cuentas por cobrar, se espera un gran repunte en los próximos años, habilitado, sobre todo, por la digitalización del comercio: como se explica en un muy buen podcast sobre el tema en el sitio Trade Finance Global, el paso de los documentos mercantiles en papel (con los procedimientos asociados a esa condición) a la rapidez y sencillez de los digitales, complementados con la trazabilidad de blockchain. Lo cual puede ser el mayor cambio en esta industria en toda su larga historia (hay indicios de que se practicaba en la antigua Mesopotamia).
El eslabón que falta
El problema, nuevamente, es que toda esta innovación no resuelve, por sí sola, el problema de origen de buena parte de las empresas en cuanto a capital de trabajo, que, en esencia, no es más que la cantidad de dinero necesaria para operar en el día a día, activos menos pasivos circulantes.
Esa restricción subyacente es la cobranza, que llega a ser el desafío #1, comprometiendo la supervivencia misma de muchas empresas. Considerando que el activo circulante más importante está retenido en sus facturas, sean en papel o digitales.
El factoraje y modelos alternativos de crédito pueden ayudar, pero no pueden solucionar las fallas en la base.
Eso es lo que hace la tecnología de ARMS: cambiar la improvisación y la imprevisión en la cobranza por un sistema de optimización y predictibilidad. Mapeando la logística completa del crédito y cobranza por cada cliente. De las órdenes de compra a la aplicación del pago. A partir de ello, automatizando procesos y dándoles seguimiento en tiempo real. Cada paso y requisito, considerando las eventualidades o excepciones, por las que pasa más del 80% de las facturas.
Así es como podemos reducir en 30%, promedio, el DSO, o media de días hasta el cobro por factura. Obviamente, no los del plazo establecido con el comprador, pero sí los adicionales por la cobranza deficiente, que en promedio son 15 días, con lo que una factura de un mes suele irse a mes y medio. Evitando ese “pilón”, y con plena trazabilidad, del avance y lo que falta, puede haber la máxima predictibilidad sobre su cobertura, recalculada con cada hito completado.
No hablo de probabilidades según promedios de mercado, por industria o en función de los historiales de los clientes. Eso ayuda, pero la clase de predictibilidad que nos ocupa es la que está basada en la actividad o el desarrollo de todo el proceso o ciclo. Paso por paso, del lado del proveedor y del cliente. Sobre el mapa detallado hacia el pago. Siguiendo la vida propia que tiene cada factura, con todos sus pormenores.
Así también puede haber predictibilidad en el flujo de caja para una mejor planeación y gestión financiera, y en particular, para la toma de decisiones de capital de trabajo. Como, de ser necesario, recurrir a factoraje, y con menor descuento o costo. A mayor certidumbre sobre las facturas, menor riesgo para proveedores de liquidez, más mercado y más competencia.
Ese es el impulsor que hay que activar a fondo para que de verdad despegue el crédito empresarial. Incluyendo el factoraje, y sobre todo, el buen factoraje.